Tu intuición: esa voz sabia que no necesita explicaciones

¿Recuerdas la última vez que ignoraste esa voz interior que te decía algo?

Yo sí. Y también recuerdo las veces que la escuché y me salvó de situaciones que podrían haber sido diferentes.

Esa voz no habla con palabras. No trae datos ni estadísticas. No puede justificarse en Google ni se explica con lógica. Pero cuando aparece, algo dentro de ti simplemente sabe.

¿Recuerdas la última vez que ignoraste esa voz interior que te decía algo sobre tu hijo?

Yo sí. Y también recuerdo las veces que la escuché y me salvó de situaciones que podrían haber sido diferentes.

Esa voz no habla con palabras. No trae datos ni estadísticas. No puede justificarse en Google ni se explica con lógica. Pero cuando aparece, algo dentro de ti simplemente sabe.

Nos enseñaron a desconfiar de ella

Nos dijeron que la maternidad se trata de seguir manuales, de consultar expertos, de tener todo medido y controlado. Y aunque la información es valiosa, algo se perdió en el camino: la confianza en esa sabiduría ancestral que todas llevamos dentro.

Tu intuición materna no es un capricho ni una idea romántica. Es el resultado de millones de años de evolución, de madres que supieron proteger y cuidar a sus crías mucho antes de que existieran los libros de crianza. Está literalmente programada en tu cuerpo.

Cuando tu bebé llora y sientes que algo es diferente, aunque no sepas qué, tu sistema nervioso está procesando información que tu mente consciente aún no alcanza a descifrar. Cuando tu instinto te dice que cargues a tu hijo aunque te digan que lo vas a “malcriar”, tu cuerpo sabe que ese contacto es exactamente lo que él necesita para regular su sistema nervioso.

La ciencia detrás de lo que ya sabías

Tu cerebro cambió durante el embarazo. No es tu imaginación. Las investigaciones en neurociencia materna han demostrado que durante la gestación y los primeros años de maternidad, el cerebro de la madre experimenta cambios estructurales profundos, especialmente en las áreas relacionadas con la empatía, la ansiedad y la capacidad de “leer” las necesidades del bebé.

La doctora Pilyoung Kim, de la Universidad de Denver, ha documentado cómo las madres desarrollan una capacidad extraordinaria para sincronizar sus sistemas nerviosos con los de sus bebés. Es como si tu cuerpo se volviera un radar emocional ultra-sensible, capaz de detectar cambios sutiles en el estado de tu hijo que escapan a la observación consciente.

Esta sincronización no es solo emocional. Estudios recientes muestran que cuando una madre sostiene a su bebé, sus ritmos cardíacos tienden a alinearse, sus temperaturas corporales se regulan mutuamente, y hasta sus ondas cerebrales pueden sincronizarse durante el contacto piel con piel.

Con mi primera hija, todo era un manual por seguir

La “hora dorada” no fue posible. Su primer alimento fue fórmula en el cunero mientras yo estaba en recuperación. Al intentar amamantarla, tuvimos dificultades desde el inicio. Usamos pezoneras, jeringas, accesorios… nada parecía funcionar.

En esos días difíciles, había dos voces en constante batalla dentro de mí. Una que me decía que siguiera todos los protocolos, que midiera cada onza, que documentara cada toma. Y otra, más silenciosa pero más sabia, que me susurraba que mi hija y yo necesitábamos tiempo, paciencia y espacio para encontrar nuestro ritmo.

Recuerdo el día en que, como por arte de magia —aunque en realidad fue gracias a la paciencia y al amor que sostuvimos—, mi hija finalmente logró prenderse al pecho. Sentí que el mundo se detenía. Ese momento fue un milagro, pero también el resultado de una entrega profunda a lo que mi intuición me había estado diciendo: el cuerpo sabe, pero necesita apoyo, tiempo y confianza.

Cuando mi intuición me salvó la lactancia

Cuando ella tenía alrededor de seis meses, de repente dejó de querer el pecho. Se arqueaba, lloraba, rechazaba cada intento de amamantarla. El consejo que recibí de todos lados fue unánime: “Ya quiere dejar el pecho”, “Está muy grande para seguir lactando”, “Es normal, ya no lo necesita”.

Pero algo dentro de mí se rebelaba contra esa explicación. Una voz silenciosa pero firme me decía que no era cierto, que estaba muy pequeña, que aún necesitaba la lactancia. Era esa sensación corporal que no puedes explicar con palabras, pero que se siente como verdad absoluta en cada célula.

Decidí confiar en esa voz en lugar de en las opiniones externas. Me acerqué a grupos de lactancia y ahí descubrí algo que ni siquiera sabía que existía: las huelgas de lactancia. No solo eso, también comprendí que el rechazo de mi hija tenía una causa muy específica.

Mi producción de leche tenía demasiada presión. Cada vez que ella se prendía, recibía un chorro tan fuerte que la ahogaba, le causaba cólicos terribles y vómito explosivo. No estaba rechazando la lactancia; estaba protestando contra la incomodidad.

La solución fue simple pero requería paciencia: comenzé a extraerme un poco de leche antes de cada toma para bajar la presión. Funcionó. Mi hija volvió al pecho y continuamos lactando por casi dos años.

Si hubiera escuchado a todos los que me decían que “ya era hora de que dejara el pecho”, habríamos perdido esos meses preciosos de conexión y alimento. Mi intuición no solo salvó nuestra lactancia; me enseñó que mi cuerpo y el de mi hija sabían exactamente lo que necesitaban, solo necesitaban que yo los escuchara.

Somos mamíferos portadores

Algo que descubrí en mi formación como consultora de porteo es que los humanos pertenecemos a un grupo de mamíferos conocidos como “mamíferos portadores”. Nuestras crías nacen inmaduras y dependen del contacto físico para regular su temperatura, su ritmo cardíaco y su sensación de seguridad.

Cuando tu instinto te dice que cargues a tu bebé, está respondiendo a millones de años de sabiduría evolutiva. Los bebés humanos conservan reflejos de agarre en manos y pies, similares a los de los primates, que en su evolución les permitían aferrarse al cuerpo materno para sentirse protegidos.

Por eso, cuando alguien te dice que “lo vas a malcriar” por cargarlo mucho, tu cuerpo se rebela. Porque sabe, en un nivel profundo, que ese contacto no es un capricho sino una necesidad biológica fundamental.

Integración, no división

¿Significa esto que nunca necesitas ayuda externa? Por supuesto que no. Significa que tu voz interior merece un lugar en la mesa de decisiones. Que puedes honrar tanto la información como tu instinto. Que no tienes que elegir entre ser una madre informada y ser una madre intuitiva.

De hecho, las mejores decisiones que he tomado como madre han surgido cuando logro integrar ambas: la información científica que me da contexto y herramientas, y mi intuición que me ayuda a adaptar esa información a mi hijo específico, en nuestras circunstancias particulares.

Tu intuición no viene a invalidar el conocimiento médico o científico. Viene a ayudarte a discernir cómo aplicar ese conocimiento de la manera más amorosa y efectiva para tu familia.

Cuando la voz interna susurra verdades incómodas

A veces, tu intuición no te va a decir lo que quieres escuchar. A veces te va a susurrar que necesitas ayuda profesional para la lactancia cuando preferirías resolverlo sola. O que tu hijo necesita más estructura cuando tú preferirías un estilo más libre. O que necesitas establecer un límite cuando preferirías complacer.

Escuchar la intuición no se trata solo de seguir el camino más cómodo, sino de seguir el camino más verdadero. Y la verdad, a veces, requiere coraje.

El ruido que ahoga la voz interior

Vivimos en una época de sobreinformación. Cada decisión de crianza viene acompañada de estudios contradictorios, opiniones de expertos que se contradicen entre sí, y la presión constante de tomar la “decisión correcta”.

En medio de todo ese ruido, tu intuición puede sentirse como un susurro apenas audible. Pero sigue ahí. Siempre está ahí.

La pregunta no es si tienes intuición materna. La pregunta es si te estás dando el espacio y el silencio necesarios para escucharla.

Ejercicio práctico: Reconectar con tu voz interior

Te invito a hacer una pausa ahora mismo.

Cierra los ojos por un momento. Piensa en tu hijo o hijos. Sin analizar, sin justificar, simplemente pregúntate: ¿Hay algo que mi intuición me ha estado queriendo decir últimamente?

Puede ser algo sobre su alimentación, su sueño, su desarrollo emocional, o incluso sobre cómo te estás cuidando tú como madre.

No censures lo que aparezca. Solo observa. ¿Qué sensación corporal acompaña a esa información? ¿Se siente como verdad en tu cuerpo?

La responsabilidad de confiar

Confiar en tu intuición no significa ser irresponsable. Al contrario, significa asumir la responsabilidad más profunda que existe: la de conocer a tu hijo mejor que nadie.

Significa reconocer que, aunque los expertos tienen conocimiento valioso, tú eres la experta en tu hijo. Que aunque los libros ofrecen guías útiles, tú eres quien vive la realidad día a día con él.

Significa honrar el hecho de que nadie ha pasado las noches despierta sintonizando con cada uno de sus sonidos como tú. Que nadie tiene acceso a esa información privilegiada que solo una madre posee.

El legado de la confianza

Cuando confías en tu intuición, no solo estás tomando mejores decisiones para tu hijo. Estás modelando algo profundo: le estás enseñando que es posible confiar en la sabiduría interior, que no necesitamos validación externa para saber lo que está bien para nosotros.

Le estás mostrando que los cuerpos hablan, que las emociones son información, que la sensibilidad es una fortaleza, no una debilidad.

Le estás heredando la capacidad de confiar en sí mismo.

Mi invitación para ti

Hoy te invito a hacer algo radical: la próxima vez que sientas esa voz interior susurrar algo sobre tu hijo, en lugar de ignorarla o descartarla, pregúntate: ¿Qué me está queriendo decir? ¿Qué está percibiendo que yo aún no veo con claridad?

Dale espacio. Dale tiempo. Dale el respeto que merece.

Porque al final del día, esa voz ha estado cuidando de ti y de los tuyos mucho antes de que aprendieras a dudar de ella.

Porque al final del día, esa voz ha estado cuidando de ti y de los tuyos mucho antes de que aprendieras a dudar de ella.

Confía en esa voz. Confía en ti.

Escúchala.

Soy Yendi, y mamá de 3 homeschoolers, autora de Mujer Plena, Mamá Feliz y fundadora de Love-U. Coach certificada que disfruta acompañar a mujeres hacia una maternidad consciente y feliz. Combino formación técnica, experiencia real y un enfoque que honra tanto la intuición como la neurociencia, libre de fórmulas y juicios.

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“Creo en la capacidad que tienes de encontrar tus propias respuestas.”

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